DEFLACIÓN
Un nuevo peligro asola la economía mundial: la deflación. De forma sencilla, puede ser definida como una caída generalizada del precio de los bienes. ¿Eso es malo? Si gano un poco más que el año anterior y gracias a la deflación compro más barato, no es un problema sino una bendición, puede pensar. Es un razonamiento acertado. Probablemente, fue lo mismo que pensaron en China en 1988, 1999 y el 2002, cuando un fuerte incremento de la productividad contribuyó a convertir en negativa su tasa de inflación.
Pero frente a esa deflación benigna hay otra denominada corrosiva. Suele ser la consecuencia de una drástica reducción de la demanda de bienes por un bajón del precio de las acciones y de los inmuebles, y una gran restricción del crédito. Con una elevada tasa de desempleo y una enorme incertidumbre económica, con la deflación se postergan las compras. Las rebajas son permanentes y la gente es consciente de que mañana podrá comprar mas barato que hoy. Por ello, la mayor parte de la población consume lo indispensable. Si así sucede, el gasto de las familias (el principal impulsor del PIB) es escaso y el crecimiento económico negativo o deficiente. Sucedió en Japón entre 1999 y el 2003.
Desde mi perspectiva, el peligro de la deflación será una simple amenaza. Siempre y cuando los gestores de la política económica mundial hagan bien su trabajo: Impulsar la demanda de bienes de las administraciones; evitar que el endeudamiento haga perder poder adquisitivo a familias y empresas (tipo de interés nominal inferior a la tasa de inflación); ofrecer los bancos centrales a las entidades financieras una elevada liquidez a corto y medio plazo, y generosos planes de apoyo a cajas y bancos que les permitan mejorar su solvencia.
Las familias y empresas deben recuperar la posibilidad de disponer de un adecuado volumen de crédito a un bajo tipo de interés. Si no sucede así, la amenaza puede convertirse en realidad.
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Jose R. -